Opinión
Padre Rutilio Grande y compañeros mártires: Pasión por Jesús, pasión por su pueblo.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM)
La persecución y el martirio marcaron los inicios del cristianismo. En el año 197 Tertuliano escribió “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. Veinte siglos después, en nuestro tiempo, sigue habiendo hombres y mujeres que son asesinados por odio a la fe.
Este fin de semana se beatifica en El Salvador a 3 mártires asesinados el 12 de marzo de 1977. El padre Rutilio Grande (48 años de edad, sacerdote jesuita), Manuel Solórzano (72 años) y Nelson Rutilio (15 años); y al fraile franciscano Cosme Spessotto (OFM) asesinado también en El Salvador pero el 14 de junio de 1980. Vayamos primero a las circunstancias de la muerte de Rutilio, Manuel y Nelson.
Los emboscaron y asesinaron en una ruta cuando se dirigían a celebrar misa de la novena de San José en una de las comunidades. Los tres fueron sepultados juntos, de manera sencilla, delante del altar del Templo parroquial de San José, comunidad a la que pertenecían, y de la cual el padre Rutilio era el párroco.
El padre Rutilio fue un gran amigo de los pobres. En ellos veía a Jesús, como nos narra la parábola evangélica (Mt 25, 34-40); con ellos dialogaba, rezaba, los acompañaba en sus anhelos de liberación y de paz en un contexto muy duro de violencia ejercida por la dictadura militar en su país.
Fue formador en el Seminario, educador en el Externado San José, y durante unos años párroco en comunidades campesinas en Aguilares y El Paisnal. Esta última experiencia de encuentro y servicio a los indigentes marcó su ministerio en cercanía con los más olvidados y excluidos. No sólo predicaba a los campesinos oprimidos, sino que también aprendió de ellos la paciencia, la laboriosidad, el rechazo de las injusticias.
Asumió con decisión la opción por los pobres cuyas raíces están en una espiritualidad encarnada, la Palabra de Dios, el Concilio Vaticano II y su aplicación práctica expresada en el documento conclusivo de la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín del año 1968. Su vida y su palabra manifestaron la dimensión profética de la fe. No era espiritualista y desencarnado, sino bien afirmado en su contexto concreto.
En su tarea pastoral promovió la participación de los laicos, hombres y mujeres. Una de sus enseñanzas: “Amigos. Volvamos al Evangelio, volvamos al pobre pueblo. Allí se nos aclara cuando se mira turbio el horizonte de nuestro camino pastoral”.
Tenía gran amistad con el Santo obispo Óscar Romero, quien vivió con profundo dolor estos asesinatos, y profundizó aún más su defensa de los desfavorecidos. Romero también fue asesinado tres años después, el 24 de marzo de 1980. Ambos son importantes referencias para la Iglesia en El Salvador y en todo el Continente de América Latina y el Caribe.
Unas cuantas veces lo habían amenazado de muerte queriendo amordazar su predicación. Pero él decía que “en el cristianismo hay que estar dispuestos a dar la propia vida en servicio por un orden justo, por salvar a los demás, por los valores del Evangelio”. También afirmó que “el cristiano no tiene enemigos, sino hermanos y por más que sean hermanos Caínes que venden a Cristo, no los odiamos”. Apasionado por Jesús atestiguó que “Cristo está vivo entre nosotros, no nos congrega un muerto”.
Uno de sus biógrafos, Rodolfo Cardenal, nos recuerda que el padre Rutilio Grande decía que “la sociedad tiene que ser como una mesa grande, con manteles largos para todos, donde para todos hubiera qué comer, y un lugar donde sentarse. Esta es una metáfora del Reino de los cielos, en ese sentido tiene mucho que decir en una sociedad golpeada por la desigualdad”. ¡Qué gran actualidad en el contexto de la pandemia que pone delante tantas inequidades e injusticias!
Monseñor Romero, como signo de protesta por estos asesinatos, determinó suspender todas las misas de ese domingo, y concentrarse en una única celebración exequial en la Catedral, de la cual participaron 150 sacerdotes y más de 100.000 feligreses. En esa misa por la muerte de los tres, el santo obispo Romero dijo en su predicación: “El amor verdadero es el que trae a Rutilio Grande en su muerte, con dos campesinos de la mano. Así ama la Iglesia; muere con ellos y con ellos se presenta a la trascendencia del cielo (…) Un sacerdote con sus campesinos, caminó con su pueblo para identificarse con ellos, para vivir con ellos”. (14 de marzo de 1977)
Como dijimos, en la misma ceremonia será beatificado el fraile franciscano padre Cosme Spessotto (OFM) asesinado también en El Salvador el 14 de junio de 1980 (a sus 57 años), pocos meses después del martirio de Mons. Romero. Había nacido al norte de Italia el 28 de enero de 1923. Su nombre de nacimiento fue Santí (que significa Santos), y al recibir el hábito Franciscano asumió como nombre “Cosme”, por ser uno de los primeros mártires del cristianismo. Denunció con firmeza las injusticias, asistía a las víctimas de la guerra civil, daba sepultura a los cadáveres que nadie reclamaba o reconocía. Varias veces le habían amenazado con anónimos, pero él no se dejó amedrentar. Cerca de las 19 horas, mientras rezaba antes de comenzar la misa, lo balearon delante del altar del templo de San Juan Nonualco. En su testamento espiritual había escrito poco tiempo antes: “Presiento que, de un momento a otro, personas fanáticas me pueden quitar la vida. (…) Morir mártir será una gracia que no merezco. Lavar con la sangre, vertida por Cristo, todos mis pecados, defectos y debilidades de la vida pasada, sería un don gratuito del Señor. De antemano perdono y pido al Señor la conversión de los autores de mi muerte”.
La beatificación de los cuatro mártires nos los asegura como intercesores ante el Padre, a la vez que nos muestra la radicalidad evangélica de sus vidas entregadas. Hoy seguimos estando llamados a estar cerca de los pobres y oprimidos del Continente, a caminar con ellos.
Pedimos a Dios que sean semillas de nuevos cristianos; y a los que ya lo somos, nos conceda ser apasionados por Jesús y por su pueblo.
Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de Ahora San Juan
Opinión
Orrego y sus jefes quieren un “cambio” para peor.
NOTA DE OPINIÓN por Luis Hernández Monte.
El cambio que nos venden Orrego y sus jefes Larreta y Bullrich será uno que pase por más ajuste y en el que iremos a peor. Si el Gaucho José Dolores es nuestro héroe sanjuanino porque defendía la justica social, en Marcelo Orrego encontramos lo contrario, al anti-gaucho. La libertad del primero contrasta con la obediencia a sus jefes porteños del otro. Si uno les quitaba a los que abusaban de los débiles y repartía para equilibrar la balanza, el otro representa lo contrario, se aprovecha del deseo de todos de querer “cambiar” la situación en la que nos encontramos, en la que a todos nos cuesta el día a día, pero nunca menciona cómo. Este vaciar el “cambio” de contenido, de Orrego y sus jefes es porque realmente lo que se pretende no es un “cambio” a mejor, sino que será un cambio que favorecerá a unos pocos y a semejanza del fin del gaucho José Dolores tal vez termine en una tragedia.
El cambio que nos venden Orrego y sus jefes Larreta y Bullrich será uno que pase por más ajuste y en el que iremos a peor. Lo sentirán empleados públicos, médicos, docentes y todos aquellos que tengan vinculación con el Estado provincial. En primer lugar, porque después lo sentirán todos los que usamos los servicios públicos y terminará en llevar a la sociedad a una situación peor.
Bullrich se propone a usar la mala situación económica generada por la deuda de ellos para justificar el robo a los más trabajadores y a las capas medias para beneficiar aún más a los más ricos y desnutrir más aún de dólares al país. Ya lo vivimos, es lo mismo de la Alianza y Menem, gobiernos en lo que Bullrich estuvo. Ese es el “cambio” al que se refieren.
Es bien conocida por todos en San Juan la historia del Gaucho José Dolores. Al que algunos llaman el “Robin Hood sanjuanino”, que hoy en día es venerado y junto a la Difunta Correa quizás son los que cuentan con más devotos en nuestra provincia.
Lo que encontramos ahora en la oposición es el reverso de nuestro querido gaucho. Si José Dolores le quitaba a los que abusando se hicieron grandes propietarios, para repartir entre los desposeídos y explotados, lo que se proponen hacer aquellos que gritan “Cambio” pero se callan todo lo demás, es sacarle a los abusados para quedárselo los poderosos.
La reversa de equilibrar la balanza e intentar que todo esté repartido es concentrarlo todo en unas pocas manos, vendiendo por otro lado la idea de libertad falsa de que quien no tenga tiene la libertad de buscárselo, pero el juego está trampeado.
La situación que estamos atravesando ahora no es buena, todos lo tenemos claro. Los problemas económicos aprietan y, por supuesto, hay quienes lo sufren más que otros. La situación es muy dura en todo el país, pero más ordenada en la provincia.
Mucha gente que lo está pasando mal, con razón quiere que su situación cambie, que haya un cambio en su vida, que las cosas se ordenen y alejar esta incertidumbre constante en la que parece que nos encontramos. Esto, es muy válido, pero lo que habría que pararse a pensar es: ¿un cambio? Bien, pero ¿en qué?, ¿para quién?, ¿cuándo?, ¿cómo?
Porque lanzar una proclama de “Cambiar” es aprovecharse de ese sentimiento tan compartido por todos aquellos que encuentran muy difícil transitar el día a día. No explicar qué es lo que pretende cambiarse, ni cómo, no es casualidad, sino que se hace a propósito.
El truco es que tendemos a pensar instintivamente que cuando la situación no es ideal, el “cambio” que se usa como bandera, ha de ser necesariamente a mejor. Pero esto no tiene porqué ser así.
El gaucho José Dolores Córdoba es venerado en nuestra provincia con gran devoción no por casualidad. Es que en él está representado un sentimiento que tenemos muy arraigado los sanjuaninos: la justicia social. El gaucho robaba para repartir a quien más lo necesitaban. Por eso se aparece como nuestro “héroe”.
Hoy, tenemos al claro antihéroe, aquel que como el gaucho puede parecer guapo y seductor, pero que guarda unos intereses muy diferentes al venerado José Dolores.
Actualmente, quien encarna el papel de antihéroe, por agrupar y representar ese rol, es Marcelo Orrego. El claro anti-gaucho. Se nos puede tornar parecido cuando lo vemos de lejos y nos vende esa esperanza que ansiamos de “cambiar” las cosas, el truco es que no cambiaran como esperamos.
Si nuestro gaucho es casi un ideal de hombre libre que actúa por su cuenta y que busca la justicia social, ahora nos encontramos con el anti-gaucho que obedece a unos jefes de la capital nacional, es esclavo de lo que le manden, y en vez de buscar justicia social lo que van a implantar es mayor desigualdad disfrazada de consecuencia de la libertad de mercado.
No merecemos que se aprovechen del sentimiento noble de querer mejorar nuestra situación y la de los nuestros, que se use eso para conseguir el poder. Que esa libertad que admiramos en nuestro gaucho, se torne en pasar a ser marioneta de líderes de Buenos Aires.
Tal como la historia del gaucho José Dolores, la de su reverso, la de los anti-gauchos del “cambio” solo puede acabar en tragedia. Tal vez no tanto para ellos, que tendrán los bolsillos más llenos y un salvavidas asegurado, pero si en una tragedia para todos los sanjuaninos que nos veremos privados de una sociedad más justa.
Al anti-gaucho Orrego nadie irá a llevarle ofrenda ni a hacerle promesas.
Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de Ahora San Juan.
Opinión
La esperanza sigue de pie.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo.
La guerra a causa de la invasión de Rusia a Ucrania cumplió ya quince meses. Lejos de acercar soluciones, algunos Estados aprovechan para incrementar la venta de armas. Hacen su negocio a expensas de las víctimas. Millones de desplazados, en su mayoría niños, niñas, adolescentes. Destrucción y muerte.
Las situaciones de injusticia persistentes en el mundo están relacionadas con el abuso de los poderosos. El uso de la violencia, las amenazas, las complicidades con grupos de presión, el crimen organizado, el soborno, son sus metodologías para impedir los verdaderos cambios que hacen falta en la sociedad. Mientras tanto, el Planeta sigue siendo maltratado y saqueado sin piedad.
Esto que señalamos a nivel global sucede en los diversos niveles de las relaciones humanas. Muchas veces me he preguntado si el miedo es uno de los mayores impedimentos para tener un mundo mejor.
El miedo nos paraliza y nos impide decir y hacer lo que corresponde. Nos atemoriza el riesgo de perder el trabajo, ser descalificados, que suframos consecuencias nefastas. Nos sumergimos en el silencio, la ceguera y la sordera, como la representación gráfica de los tres monos. Martín Luther King, Pastor Bautista asesinado en abril de 1968, decía: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos”.
El poder mete miedo y a menudo la desproporción de fuerzas acobarda. Preferimos el dicho “soldado que huye sirve para otra batalla” en lugar de jugar el pellejo y “poner toda la carne en el asador”.
El desaliento puede llevarnos a la depresión, el escepticismo, el nihilismo. ¿Y la esperanza tiene lugar?
Jesús no nos abandona. Envía al mundo la fuerza del Espíritu Santo. San Pablo nos enseña que “la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado” (Carta a los Romanos 5, 5). La Resurrección de Jesús nos fortalece. El domingo pasado escuchábamos en el Evangelio que Él ha recibido plenos poderes en el cielo y en la tierra (Mateo 28, 18).
Hoy celebramos la Solemnidad de Pentecostés, la efusión del Espíritu Santo en la Iglesia y el mundo. La fuerza del Espíritu está en el comienzo de la Iglesia, y no se aparta nunca de nosotros. Es Él quien nos conduce por senderos de renovación misionera, animándonos a una auténtica conversión. El camino sinodal que estamos transitando sólo es posible con el Espíritu Santo. Es el verdadero protagonista.
Nos libera del intimismo que nos aísla o el fundamentalismo que reduce la fe a ideología. Nos impulsa a la cercanía con quienes sufren o son descartados.
En la Biblia se lo representa con varias imágenes que nos acercan a comprender su obra: agua, viento, fuego… Son maneras de mostrar la potencia, la fuerza su impulso. La Pascua de Cristo es el momento de la efusión del Espíritu.
Nos dice el Evangelio de San Juan que en el atardecer del mismo día de la Resurrección Jesús se apareció a los discípulos, los cuales estaban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Les dijo “¡La Paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “reciban el Espíritu Santo…” (Juan 20, 21-22). Sabemos que a partir de esa efusión del Espíritu los Apóstoles salieron por todos los lugares posibles a predicar sobre Jesús, y a dar testimonio de su Muerte y Resurrección. No desapareció el miedo como por arte de magia, sino que fueron fortalecidos para responder a los desafíos que se les presentaban. Debían renovar cotidianamente la confianza en la presencia de Jesús que los sigue acompañando con la fuerza que Él mismo había enviado. Ese mismo Espíritu es derramado en todos nosotros desde el día de nuestro Bautismo, para que venzamos al miedo y la apatía.
La semana pasada terminé mi servicio como Secretario General del Celam (Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño). Casi tres años intensos compartiendo mi tiempo entre San Juan y Bogotá. Doy gracias a Dios por la experiencia de palpar la vida de la fe encarnada en diversas culturas y situaciones. Pido a Jesús Buen Pastor derrame la fuerza del Espíritu Santo sobre la Iglesia en América Latina y el Caribe.
Y este viernes se conoció la designación de monseñor Jorge García Cuerva como nuevo arzobispo de Buenos Aires. Un escudo episcopal con una chapa de zinc —el suyo la tiene— es promesa de cercanía con los pobres. Que el Espíritu Santo lo siga inspirando en cada gesto y palabras, y siempre con Jesús obrando desde el corazón.
Opinión
Yo vengo a ofrecer mi corazón.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo (Argentina), miembro del Dicasterio para la Comunicación.
Desde nuestra fe cristiana, el corazón tiene un lugar muy especial, casi de privilegio. Le rezamos al corazón de Jesús, confiamos nuestros dolores y nuestras esperanzas al corazón de la Virgen María, nos deseamos tener “corazón de carne” y no de piedra, o, como rezaban nuestras madres y abuelas: “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío”. Y no se acaba acá. Cuántas canciones aluden al corazón porque le da cobijo a los sentimientos que nos habitan y se dice “me rompió el corazón” cuando fue la traición la que irrumpió en esa vida. Ponemos “el corazón en lo que hacemos” cuando nos jugamos todo lo que somos por algo que nos importa mucho y “hablamos con el corazón en la mano” cuando ponemos sobre la mesa toda la verdad. “Donde está tu tesoro allí está tu corazón” nos dice el evangelista Mateo: algo o alguien te importa tanto tanto que habita tu corazón.
Desde 1967 el Papa nos regala cada año —especialmente a periodistas y comunicadores— un Mensaje por la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que se celebra el domingo anterior al domingo de Pentecostés. Este año cae hoy, 21 de mayo, y… ¿de qué trata el mensaje esta vez? Del corazón. “Hablar con el corazón, «en la verdad y en el amor»”
El corazón “nos mueve”, dice el Papa, “a una comunicación abierta y acogedora” después de “haber ejercitado la escucha” paciente para “entrar en la dinámica del diálogo y el intercambio”. Ese corazón nos pide acción en salida hacia el otro buscando “sintonizar” bien en la alteridad.
Nos habla de “comunicar cordialmente”: que “quiere decir que quien nos lee o nos escucha capta nuestra participación en las alegrías y los miedos, en las esperanzas y en los sufrimientos de las mujeres y los hombres de nuestro tiempo. Quien habla así quiere bien al otro, porque se preocupa por él y custodia su libertad sin violarla”.
“En un periodo histórico marcado por polarizaciones y contraposiciones —de las que, lamentablemente, la comunidad eclesial no es inmune—, el compromiso por una comunicación ‘con el corazón y con los brazos abiertos’ no concierne exclusivamente a los profesionales de la información, sino que es responsabilidad de cada uno. Todos estamos llamados a buscar y a decir la verdad, y a hacerlo con caridad.”
Destaca también el valor enorme de la amabilidad: “La necesitamos en el ámbito de los medios para que la comunicación no fomente el rencor que exaspera, genera rabia y lleva al enfrentamiento, sino que ayude a las personas a reflexionar con calma, a descifrar, con espíritu crítico y siempre respetuoso, la realidad en la que viven”.
San Francisco de Sales, patrono de los periodistas, es retratado por el Papa Francisco —casi podríamos imaginar— desde su propio corazón: de “intelecto brillante, escritor fecundo, teólogo de gran profundidad, Francisco de Sales fue obispo de Ginebra al inicio del siglo XVII, en años difíciles, marcados por encendidas disputas con los calvinistas. Su actitud apacible, su humanidad, su disposición a dialogar pacientemente con todos, especialmente con quien lo contradecía, lo convirtieron en un testigo extraordinario del amor misericordioso de Dios”. Y completa: “para él la comunicación nunca debía reducirse a un artificio —a una estrategia de marketing, diríamos hoy—, sino que tenía que ser el reflejo del ánimo, la superficie visible de un núcleo de amor invisible a los ojos”. San Francisco de Sales hablaba desde el corazón.
Más adelante en el texto quedan enlazados corazones y proceso sinodal: “De una escucha sin prejuicios, atenta y disponible, nace un hablar conforme al estilo de Dios, que se nutre de cercanía, compasión y ternura. En la Iglesia necesitamos urgentemente una comunicación que encienda los corazones, que sea bálsamo sobre las heridas e ilumine el camino de los hermanos y de las hermanas”. Y contrapone “encender el fuego de la fe en vez de preservar las cenizas de una identidad autorreferencial”.
Y ya en el final, pone de relieve la centralidad del uso de lenguajes de paz: “Hablar con el corazón es hoy muy necesario para promover una cultura de paz allí donde hay guerra; para abrir senderos que permitan el diálogo y la reconciliación allí donde el odio y la enemistad causan estragos. (…) Necesitamos comunicadores dispuestos a dialogar, comprometidos a favorecer un desarme integral y que se esfuercen por desmantelar la psicosis bélica que se anida en nuestros corazones”.
Es posible que, como los satélites de Fito Páez en su canción “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, solo un corazón no alcance para tanto desencuentro y conflicto simultáneo. Pero esta fe que habita en tantos corazones a la vez seguramente irá contrarriente remando en y hacia la caridad.
@Escribe: Monseñor Jorge Lozano
/Fuente de imagen: Archivo Google
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