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Opinión

Un Dios que se acerca y te habla

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Un Dios que se acerca y te habla

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo

Hay gente que tiene el defecto de hablar mucho sin decir nada. A veces les llamamos “charlatanes”. Solemos también señalar que hay palabras huecas o vacías. Por el contrario, otras voces nos dejan pensando, llenando de luz el alma.

Hoy celebramos en el mundo el Domingo de la Palabra de Dios. El lema que se nos propone está tomado de uno de los Salmos: “Espero en tu Palabra” (Salmo 119, 74).

Es un acto de confianza, una proclamación de fe. A la vez es una expresión que comunica experiencia de saber que no habrá defraudación. No sé si prestaste atención que en la Misa, antes de acercarnos a recibir la comunión, repetimos la oración hecha por el centurión —un pagano— a Jesús “no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme” (Mt 8, 8); confiamos que la Palabra de Jesús tiene un poder sanador, de purificación.

En el tiempo de la Navidad en un par de ocasiones hemos leído el capítulo 1 del evangelio de San Juan que, evocando el libro del Génesis, nos dice que “en el principio estaba la Palabra, y la Palabra era Dios”, y crea todo el universo por medio de su Palabra. Para concluir afirmando que “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). Una vez más expresión de cercanía y afecto.

El mismo Pedro reconoce en un momento crucial de enseñanzas difíciles “Señor, ¿a quién iremos?, Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 68).

El Evangelio que leemos este domingo nos ubica a Jesús en la Sinagoga leyendo un pasaje del Profeta Isaías. El comentario que hace el Maestro es “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acaban de oír” (Lc 4, 21). En Él encontramos el cumplimiento pleno de las promesas de Dios. 

Sabemos que Dios se comunica de muchas maneras. Así, por medio de la belleza y majestad de la creación nos expresa su poder y cercanía. Del mismo modo que a un artista lo conocemos por sus obras, a Dios lo empezamos a percibir por medio del universo, fruto de un proyecto de su amor.

A lo largo de la historia de Israel Dios habló por medio de los Patriarcas, especialmente por medio de Moisés y los Profetas. Y “ahora, en el tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo” (Hb 1, 2).

Dios nos busca para encontrarnos. Él dialoga con nosotros como amigo. La Constitución Dogmática “Dei Verbum”, acerca de la Divina Revelación, con belleza enseña: “Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (Concilio Vaticano II, Dei Verbum 2).

La Biblia, entonces, no es solamente un libro. Nos comunica una Palabra que busca entrar en diálogo con mi vida, iluminarla, despertarla. Nos muestra el camino para que tengamos vida en abundancia. Nos inquieta y estimula a ponernos en camino para superar el conformismo y la mediocridad.

Hay un par de gestos que se realizan durante la celebración de la misa y que son bellos. Al inicio, el obispo, el sacerdote y el diácono, besan el altar. Al terminar de proclamar el Evangelio se repite el mismo gesto con el Libro de la Palabra. Es una manera de expresar la fe en que Dios nos alimenta en dos Mesas, la de la Palabra y la de la Eucaristía, ambas necesarias para sostenernos en nuestra peregrinación en la fe. Cristo mismo nos nutre con el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía.

En el marco de las actividades del Año Santo, se está celebrando en Roma el Jubileo del Mundo de la Comunicación, del 24 al 26 de enero, con el lema “comunicar la esperanza”. Han sido convocados periodistas, operadores de los medios de comunicación, equipos de las Conferencias Episcopales y diversos ámbitos eclesiales y sociales. Durante la semana próxima continuarán desarrollándose encuentros y conferencias.

El 24 de enero, la Santa Sede dio a conocer el mensaje por la 59ª. Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de nuestro Papa. En él habla a los comunicadores y periodistas, les habla al corazón desde el título: “Compartan con mansedumbre la esperanza que hay en sus corazones”. Son muchas las ideas que desarrolla, te comparto una que me resultó especialmente honda:  Purificar la comunicación de la agresividad. Te sugiero que leas el mensaje completo; como siempre Francisco pone luz en los rincones del alma humana, taconeando verdades tan necesarias.

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«El complot de la cobardía y la avaricia»

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«El complot de la cobardía y la avaricia»

El arzobispo de San Juan de Cuyo dedicó su mensaje semanal a la incidencia de delitos en personas vulnerables.

Cada una por separado es nefasta. Pero cuando se dan la mano estamos ante un peligro grave. Suelen habitar en corazones secos de principios y valores.

Una es indolente y quiere salvar el propio pellejo. No arriesga ni se compromete. Se achica ante el poder, se justifica por sus limitaciones, se adormece en la impotencia, se encoge de hombros y se lava las manos.

La otra busca el beneficio económico a cualquier precio. Cada delito es visto como una inversión rentable de acuerdo a la oferta y la demanda. “¿Querés droga?”, tenés droga. “¿Querés un arma?”, tenés un arma, seas un vecino que se quiere defender ante la inseguridad, o un delincuente que quiere robar. Tampoco le importa la edad del comprador, ni si obra movido por la adicción; no es su problema. “¿Querés sexo?”, tenés sexo con la edad que quieras, mientras pagues.

Las mafias del crimen organizado mueven cuantiosas sumas de dinero. Engañan, secuestran, torturan, someten. Cerca del 90% de las víctimas son mujeres: niñas, adolescentes, jóvenes. Son captadas con falsas promesas de trabajo y estudio. A esto se suman secuestros al boleo, como cuando entra un zorro en el gallinero y agarra lo primero que puede. También hay raptos en estaciones de ómnibus o tren, a la salida de la escuela, el club o el boliche. Les retienen los documentos para que no se puedan ir.

Unos son oprimidos con trabajo esclavo. Talleres textiles en ciudad de BA conocidos como de cama caliente, donde trabajan por la comida, confeccionando ropa con marcas truchas. En zonas rurales duermen a la intemperie o en galpones en los cuales no se guarda ni el ganado.

Otras víctimas son dedicadas a la prostitución infantil y adolescente, incluyendo redes de pornografía. Las ofrecen en las rutas, los hoteles de lujo o en las calles. Muy bien controlados con amenazas de matar a alguien de la familia si se llegan a escapar.

Y no falta el tráfico de órganos, con extracción seguida de muerte. En todos estos atropellos vemos el Cuerpo de Cristo avasallado, humillado, vejado.  Son sus heridas abiertas que manan sangre inocente.

El Profeta Isaías, siglos antes de Jesús denunciaba a parte de su pueblo con palabras que tenemos que gritar hoy: “las manos de ustedes están manchadas de sangre y sus dedos de iniquidad; sus labios dicen mentiras, sus lenguas murmuran perfidias (…). Sus obras son obras de maldad y en sus manos no hay más que violencia; sus pies corren hacia el mal; se apresuran para derramar sangre inocente” (Is 59, 1-7)

A veces estos atropellos ocupan espacio en los medios de comunicación y redes sociales. Pero al poco tiempo las víctimas caen en el olvido. Se vuelven invisibles, descartables.

Ayer, 8 de febrero, fue la memoria de Santa Josefina Bakhita, secuestrada cuando tenía entre 7 a 9 años, y obligada a caminar descalza casi 1000 kilómetros. Fue esclavizada y vendida en 5 oportunidades, siempre torturada y maltratada, salvo la última vez.

Nació el año 1869 en Sudán. Murió el 8 de febrero de 1947 a los 78 años de edad. Por el trauma que le ocasionó el secuestro y las torturas olvidó su nombre, y los secuestradores le apodaron irónicamente “bakhita”, que en su lengua nativa significa “afortunada”.

Bautizada cerca de los 21 años, eligió llamarse Josefina “afortunada” (bakhita), ahora por elección propia. Cuando conoció la fe cristiana, se sintió y supo amada por Jesús, que también fue azotado y torturado, y ahora la abraza a la derecha del Padre. Decía “Dios me ama y me quiere feliz”. Tuvo la esperanza puesta en Jesús Amor.

Acojamos con compromiso este llamado y “soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra […] todos hermanos” (Papa Francisco FT, 8).

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Lozano: «se ven cumplidas las promesas de Dios»

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Lozano: «se ven cumplidas las promesas de Dios»

Monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de  San Juan de Cuyo dedicó su columna semanal a la presentación de Jesús en el Templo, un acto trascendental en la fe católica.

Un bebé, mamá, papá y dos ancianos se encuentran en el Templo de Jerusalén. Lo sorprendente es lo que dicen de este niño: “Mis ojos han visto la salvación de Dios”. Esta es la luz para iluminar a las naciones paganas. Será signo de contradicción. Y la anciana Ana que hablaba maravillas acerca de este niño. Finalmente se ven cumplidas las promesas de Dios esperadas durante siglos.

Hoy estamos a 40 días de la Navidad, de haber celebrado su nacimiento y Jesús es presentado en el Templo por María y José. Es el enviado de Dios que sale a encontrarse con su pueblo que lo esperaba hace mucho tiempo, representado por los ancianos Simeón y Ana.

El evangelio de San Lucas quiere que prestemos atención a la entrada en el Templo. Él es quien viene a purificar el culto a Dios. Se reconoce que en la fragilidad y pequeñez del Niño hay un misterio muy hondo que está presente. Es Luz para iluminar a las naciones.

Él cumple las promesas, aunque pase el tiempo. En el Año Jubilar se nos recuerda que somos peregrinos de la esperanza, que no quedará defraudada.

Por medio de la encarnación del Hijo de Dios todo lo humano se puede transformar en culto de alabanza a Dios. El trabajo, el estudio, la vida familiar, las buenas obras, la oración, el deporte, la recreación. Purificación del templo y de la fe. Estamos llamados a no escindir la fe de la vida cotidiana. Por eso San Pablo escribió a los cristianos de Corinto, “sea que ustedes coman, sea que beban, o cualquier cosa que hagan, háganlo todo para gloria de Dios”.

En muchos lugares se representa en esta escena a la Virgen entrando con San José en el Templo, llevando en brazos al Niño Jesús y una vela —candela— en la mano. En las celebraciones de las misas de hoy se realiza la bendición de las velas. Algunas de ellas serán utilizadas mañana para invocar la protección de San Blas contra las enfermedades de la garganta.

El domingo pasado el Papa celebró en Roma el Jubileo de las Comunicaciones, del cual participaron periodistas, agentes pastorales del mundo de la comunicación de la iglesia de todo el mundo.

En su Mensaje para la Jornada Mundial de las comunicaciones nos alentó a ser ‘’comunicadores de esperanza’’.

Se lamentaba Francisco reconociendo que “hoy en día, con mucha frecuencia la comunicación no genera esperanza, sino miedo y desesperación, prejuicio y rencor, fanatismo e incluso odio. Incluso se usa la palabra como un puñal; para herir, lastimar, provocar daños personales o de grupos”.

Por eso ha vuelto a plantear “la necesidad de ‘desarmar’ la comunicación, de purificarla de la agresividad. Reducir la realidad a un slogan nunca produce buenos frutos”. Nuestras palabras no son inocuas o indiferentes.

En definitiva, “lo que logra el buen comunicador es que quien escucha, lee o mira pueda participar, pueda sentirse incluido, pueda encontrar la mejor parte de sí mismo y entrar con estas actitudes en las historias narradas”. Comunicar de esa manera ayuda a convertirse en “peregrinos de esperanza”, como dice el lema del Jubileo.

Y en el encuentro con los Presidentes de Comisiones Nacionales de Comunicación de las Conferencias Episcopales, preguntaba, “¿sabemos dar testimonio de que la historia humana no concluye en un callejón sin salida? ¿Y cómo indicamos una perspectiva diferente hacia un futuro que todavía no está escrito? A mí me gusta esta expresión: escribir el futuro; nos toca a nosotros escribir el futuro. ¿Sabemos comunicar que esta esperanza no es una ilusión? La esperanza no defrauda nunca”. Qué hermoso desafío nos plantea, ‘’escribir el futuro’’. Asumamos esta propuesta con confianza y audacia.

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La anarquía de los colores

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La anarquía de los colores

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo

En las vacaciones, durante varios días visité una sala de lectura en la cual había láminas que reproducían cuadros de artistas famosos, y otros originales de algunos menos conocidos. Varias veces me detuve largos ratos ante algunas de estas obras de arte. Me atrapaban las expresiones de los rostros, las luces, las sombras, el cielo, la escena…

Delante de un cuadro en concreto me pregunté: si nos dieran en una paleta por separado las pinturas de cada color, incluso con sus proporciones exactas —si eso fuera posible—, ¿podría alguien distribuirlas en la tela de la misma manera? ¿Si se juntaran por tonos semejantes en rincones separados, como en una especie de rebelión, podrían volver a darnos la misma obra de arte?

Para realizar lo que hicieron esos grandes (Dalí, Miguel Ángel, El Greco, Leonardo Da Vinci, Benito Quinquela Martín…) no alcanza tener sus mismos colores y pinceles. Sin su genio es imposible. Incluso pensaba que ninguno de ellos (por más cualificado que fuera) podría repetir la obra del otro.

A veces me surge observar que el desorden que provocan las injusticias e inequidades en el mundo tiene su raíz en el olvido de Dios, creador del universo. En pretender romper un orden y caprichosamente establecer otro.

El Papa nos señala en la Encíclica acerca del cuidado de la casa común que “esta responsabilidad ante una tierra que es de Dios implica que el ser humano, dotado de inteligencia, respete las leyes de la naturaleza y los delicados equilibrios entre los seres de este mundo, porque «él lo ordenó y fueron creados, él los fijó por siempre, por los siglos, y les dio una ley que nunca pasará» (Sal 148,5b-6)”. (LS 68)

Esto no significa que nada se pueda tocar ni cambiar. Por eso también nos dice que “a la vez que podemos hacer un uso responsable de las cosas, estamos llamados a reconocer que los demás seres vivos tienen un valor

propio ante Dios y, «por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria», porque el Señor se regocija en sus obras (cf. Sal 104,31)”. (LS 69)

Hay una certeza que es necesario reafirmar. “Para la tradición judío-cristiana, decir «creación» es más que decir naturaleza, porque tiene que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y un significado.” (LS 76)

Esta convicción nos hace mirar al mundo entero como un regalo de Dios para todos sus hijos. Él nos ama, y quiere el bien de toda la familia humana y de todas sus creaturas. En el mismo proyecto del amor creador de Dios estamos los seres humanos y este mundo inmenso y maravilloso. En la Bula de convocatoria al Jubileo de la Esperanza Francisco escribe: “Haciendo eco a la palabra antigua de los profetas, el Jubileo nos recuerda que los bienes de la tierra no están destinados a unos pocos privilegiados, sino a todos. Es necesario que cuantos poseen riquezas sean generosos, reconociendo el rostro de los hermanos que pasan necesidad” (Bula n 16).

El obispo San Atanasio —fallecido en el año 373— predicaba en los primeros siglos del cristianismo, “si el mundo ha sido creado y embellecido con orden, sabiduría y conocimiento, hay que admitir necesariamente que su creador y embellecedor no es otro que el Verbo de Dios”.

Las montañas, los océanos, los ríos, los peces, los animales, la vegetación… cada una de las creaturas (grandes o pequeñas, perdurables o fugaces) son expresión del acto creador de Dios. La belleza de la creación está puesta en riesgo por la anarquía de intereses del corazón humano, por el peso de la ambición, la acumulación de mucho en manos de pocos, por la voracidad consumista y la mala costumbre del desperdicio.

El Papa Francisco está exhortando fervientemente a la humanidad a que escuchemos el clamor de los pobres y el grito de la tierra. Acojamos este llamado.

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