Sociedad Sucesos
Narcotráfico y religiosidad: cayó Mario Mingolla Montrezza, «Pontífice» del terrorismo de Estado.

Desde el alba del 6 de julio, dos vehículos con vidrios polarizados se hallaban estacionados detrás de una frondosa arboleda. Sus ocupantes pertenecían a la oficina local de Interpol (integrada por efectivos de la Policía Federal). Y los encabezaba un comisario. El tipo no despegaba la mirada del enorme portón metálico de una propiedad con enrejado perimetral cubierto por lonas verdes, sobre la calle Mansilla 713, en la localidad bonaerense de General Rodríguez. Era la guarida del hombre que buscaban.
La vigilancia se prolongó hasta la mañana, cuando los policías lo vieron emerger por ese portón.
Sobre él había un pedido de extradición cursado por un tribunal español a raíz de estafas cometidas en Valencia y Madrid.
Su arresto fue expeditivo. Tras serle exhibido un oficio rubricado por el juez federal de Mercedes, Elpidio Portocarrero Tezano Pinto, lo esposaron y, finalmente, fue subido a uno de los automóviles.
Tal escena atesoraba una increíble paradoja. Porque el lugar del cual ese presunto defraudador acababa de salir no era otro que el Monasterio Nuestra Señora de Fátima, el mismo donde, seis años antes, hubo un sonado caso: el del exfuncionario José López, cuando intentó «guardar» allí sus ya famosos bolsos con dólares mal habidos. ¿Acaso ese es el «aguantadero de Dios»?
Volviendo al presente, el detenido quedó alojado en la sede policial de la calle Cavia, en el barrio capitalino de Palermo.
En este punto hubo otra paradoja. Porque hasta entonces nadie suponía que se trataba de un antiguo represor de la última dictadura. Su nombre: Mario Alfredo Mingolla Montrezza.
He aquí una biografía trazada con sangre e imposturas.
El soldado de América
En Buenos Aires, durante el mediodía del 2 de septiembre de 1980, el Teatro San Martín parecía una fortaleza. Un férreo dispositivo de seguridad robustecía ese parecer. Allí transcurría el IV Congreso de la Conferencia Anticomunista Latinoamericana. Y hubo un sonoro aplauso cuando su anfitrión, el general Guillermo Suárez Mason, concluía el discurso de apertura.

Junto al estrado, un muchacho con anteojos espejados aplaudía a rabiar. Pertenecía al Grupo de Tareas Exterior (GTE) del Batallón 601. Había llegado desde la capital boliviana, a donde volvería tras culminar el evento. Se trataba de una pieza clave del armado internacionalista del Ejército. Todos le decían «Christian». Así se hacía llamar Mingolla.
Sus andanzas por fuera del territorio nacional habían tenido un paso previo: América Central. A fines de 1979 fue enviado de comisión a Honduras –junto a otros 40 oficiales y agentes del Ejército encabezados por el teniente coronel José Osvaldo Riveiro y el mayor Santiago Hoya– para adiestrar, con apoyo de la CIA, a contras nicaragüenses y escuadrones de la muerte de El Salvador, Guatemala y ese país. Los hombres del GTE se dedicaron, además, a cometer secuestros, torturas, asesinatos y desapariciones en toda la región. En aquel contexto su salto hacia Bolivia fue previsible.
El alcahuete
Durante el alba del 17 de julio de 1980, la presidenta boliviana, Lidia Gueiler, despertó sobresaltada por el persistente ruido de un helicóptero y los disparos que sonaban a la distancia. La radio transmitía la Marcha Talacocha, un signo inequívoco de que su mandato acababa de finalizar de manera abrupta.
El golpe de Estado comenzó con el levantamiento de la guarnición de Trinidad, capital del Beni. El emprendimiento del general Luis García Meza y el coronel Luis Arce Gómez –con apoyo logístico del criminal de guerra nazi Klaus Barbie, junto con el financiamiento del «Barón de la Cocaína», Roberto Suárez, y un selecto grupo de empresarios santacruceños– se llevó a cabo de acuerdo a lo planeado en los últimos siete meses.
Eso coincidió con el arribo de los militares argentinos: 150 efectivos del Batallón 601, muchos de América Central; entre ellos, Mingolla. Se dice que él solía ufanarse del trato afectuoso y paternal que le dispensaba Barbie. El alemán se había fascinado con él. ¿En qué parte de su ser estaba depositado su encanto?
Con solo 24 años, Mingolla supo encubrir con eficacia ciertos capítulos de su pasado. Pero eso no incluía su temprano vínculo con el grupo fascista Concentración Nacional Universitaria (CNU). Tal justamente fue la vía que lo llevó a enrolarse como agente civil en el Batallón 601. Y hay testimonios que señalan su presencia como interrogador en el centro clandestino que la Policía Federal regenteaba por cuenta del Ejército en sus talleres mecánicos de la calle Azopardo.
En su paso por Bolivia no ocultó su solvencia operativa. Era diestro tanto para infiltrarse en grupos de izquierda como para ir de cacería nocturna con las patotas de nazis alemanes, franceses e italianos importadas por Barbie. Y también fue un cultor del contraespionaje; adscripto al Departamento VII (Operaciones Psicológicas), descolló por el carácter preciso de sus informes.
En La Paz, estaba a sus anchas. Ese sitio era entonces un santuario para represores, mercenarios y terroristas de ultraderecha. No en vano Arce Gómez había aconsejado a los opositores «andar con el testamento en el bolsillo». En sólo doce meses hubo 500 asesinatos y cuatro mil detenidos.
García Meza cayó el 4 de agosto de 1981. Mingolla quedó al servicio de su reemplazo, el general Celso Torrelio Villa. Así lo señala en 1983 el propio Christian en un formulario del Ministerio del Interior, pero sin mencionar su participación en la «narcodictadura». Por esos días, ya gobernaba el presidente democrático Hernán Siles Suazo. ¿Qué retenía a Mingolla en La Paz? ¿Acaso estaba impedido de su libertad? Nada se sabe al respecto.
Sin embargo, un documento desclasificado de dicho Ministerio es en tal sentido revelador. Es un informe rubricado por Mingolla el 21 de septiembre de 1983; allí proporciona información exacta de las unidades paramilitares del régimen militar, los organigramas secretos de los servicios de inteligencia y la identidad de todos sus miembros. En el paper, Mingolla consumó un auténtico hito en el ejercicio de la delación: se denuncia a sí mismo en tercera persona.
Desde ese instante, no hubo otros vestigios de su existencia hasta el 26 de marzo de 1987, cuando fue detenido en un paso fronterizo por la Policía Militar de Brasil a bordo de una camioneta. Allí escondía 375 kilos de cocaína.
El milagro de la redención
Alojado en una cárcel del estado de Santa Catarina, Mingolla se relacionó con presos evangelistas. En aquellas circunstancias, vio la luz del Señor. Y se puso a predicar su palabra.
Cumplida su condena, fue capellán penitenciario por cuenta del Consejo Nacional de Pastores. Después se volcó al culto siriano, antes de recalar en la Iglesia Ortodoxa Bielorrusa Eslava. Un culto –según la DEA– no ajeno al tráfico de drogas, de armas y al lavado de dinero.
El 15 de febrero de 2002 Mingolla llegó a San Pablo en un vuelo desde Buenos Aires. Lucía una camisa color rosa con cuello sacerdotal y un pesado crucifijo. Ya era un alto dignatario de de aquella Iglesia (no reconocida por la Cancillería). Ese mismo día se le concedió el honor de presidir la Capellanía General para la República Argentina. Su carrera fue meteórica, al punto que, en 2008, obtuvo el rango de archieparca y fue puesto al frente del obispado de Milán. Entonces adoptó el pseudónimo eclesiástico “Valerián de Silio”.
Su última aparición pública ocurrió el 2 de diciembre de 2011, durante la visita a Buenos Aires del jefe mundial de esa iglesia, el obispo Athanasios. Desde entonces su paradero fue un misterio. Se decía que ciertas denuncias por estafa lo habían retirado de circulación.
No obstante, en diciembre de 2012 el dueño de una tienda de libros antiguos del centro de Córdoba aseguró haber hablado con un cliente que dijo llamarse Mario Mingolla Montrezza. Sólo que aquella vez esgrimió una nueva ocupación: geólogo. Y que residía en Valencia.
Luego se sumió nuevamente en el agujero negro de la clandestinidad.
Ahora está a buen resguardo en un calabozo de la calle Cavia. Quizás algún día sea juzgado por sus crímenes de lesa humanidad.
/JuiciosDeLesaHumanidadSanJuan. Escrito por Ricardo Ragendorfer


El intérprete tenía una extensa trayectoria en teatro, cine y televisión.
Nota en desarrollo.-

A 11 años de la denuncia sobre el ocultamiento de los maltratos y las muertes de niños en albergues católicos para madres y embarazadas no casadas, Irlanda se prepara para desenterrar a las víctimas.
Este lunes en Irlanda comenzaron los preparativos para exhumar 796 niños y bebés de una fosa común descubierta hace más de 10 años en donde funcionaba un antiguo albergue religioso para madres solteras y embarazadas no casadas cerca de Dublin.
Los desentierros comenzarán a realizarse desde el próximo mes de julio, pero el tema ya tiene más de 10 años en la agenda pública local. Es que en 2014 la historiadora irlandesa Catherine Corless comprobó que muchos niños (desde recién nacidos hasta los 9 años) fallecieron en el albergue religioso Santa María del Buen Socorro de Tuam, en la ciudad de Galway, a 200 kilómetros de la capital del país europeo.
La búsqueda comenzada por Corless certificó que los cuerpos habían sido enterrados en la antigua fosa séptica de la institución. A pesar de la destrucción en 1972 de este espacio que trabajaba con madres embarazadas no casadas, la fosa séptica se mantuvo intacta en las últimas décadas.
Los primeros datos
Luego de la alarma encendida por la historiadora, se encontraron restos de bebés humanos allí entre 2016 y 2017. Por este motivo el gobierno irlandés llamó a la creación de una comisión nacional de investigación que develara los maltratos contra las madres y sus niños causados en estos hogares.
Los resultados de la comisión fueron expuestos en 2021 y destacaron que había niveles «alarmantes» de mortalidad infantil en este tipo de albergues. Estas instituciones existieron en Irlanda desde 1922 a 1998, por ellas pasaron 56 mil mujeres y 57 mil niños y fallecieron 9000 chicos.
Las mujeres embarazadas por fuera del matrimonio eran enviadas a estos hogares por pedido del Estado nacional irlandés y de la Iglesia Católica, que eran los mismos que gestionaban estos espacios. En estos lugares las mujeres daban a luz a sus hijos y luego eran separadas de ellos, quienes finalmente eran dados en adopción.
«Cuando comencé este proyecto nadie me quería escuchar. Suplicaba: saquen a los bebés de estas cañerías, hay que ofrecerles el entierro cristiano digno que se les negó» explicaba Corless, la historiadora irlandesa de 71 años.
La historia del terror irlandés
El lugar sobre el que Catherine Corless encontró los cientos de certificados de defunción era llamado «El Hogar», fue dirigido desde 1926 hasta 1961 por las monjas de la hermandad Bon Secours y pretendía recibir a las madres solteras que necesitaran ayuda.
Sin embargo, la historiadora argumentaba ya en 2014, año en que comenzó a descubrirse esta verdad, que el gobierno de Irlanda ocultaba al menos 4000 certificados de defunción de los bebés que pasaron por este albergue y que fueron enterrados en fosas sin identificar. Si bien se habían descubierto restos humanos en ese lugar en 1975, no fue hasta la denuncia de Corless que se relacionaron ambos hechos.
En los documentos a los que accedió la historiadora ya se advertía que la mayor parte de la mortalidad infantil encontrada había ocurrido por tuberculosis, infecciones, partos prematuros y defectos de nacimiento. Sin embargo, una inspección gubernamental de 1944 ya había destacado la malnutrición en varios de los 271 chicos que habitaban el lugar junto a sus 61 madres solteras.
Además, cabe aclarar que estos no habrían sido los únicos maltratos que tuvieron lugar en estos centros religiosos. Algunas monjas emprendieron un camino de negocios privados, como el de las Lavanderías de la Magdalena, que funcionaron entre 1922 y 1996, donde varias mujeres padecieron un régimen de semiesclavitud y abusos.
Un informe oficial del 2013, año anterior al de los primeros descubrimientos de Corless, indicaba que las principales causas por las que las madres solteras acudían a estos lugares eran el rechazo de padres adoptivos, abusos familiares, deficiencias físicas o psíquicas, actitudes «inmorales», pobreza y orfandad.
Si bien en su momento los líderes religiosos de Galway negaron conocer lo sucedido y se comprometieron a recaudar fondos para homenajear a los 796 bebés fallecidos con un monumento, el único que fue certero en sus dichos había sido el arzobispo de Dublin, Diarmuid Martin.
El responsable de la arquidiócesis de Dublin advirtió que “si no se establece una investigación sobre las cuestiones de gran preocupación que rodean este asunto, será importante que se desarrolle un proyecto de historia social que ofrezca una imagen precisa del papel desempeñado por esas casas de acogida”.
/P12

Un avión de pasajeros se estrelló en una zona residencial cercana al aeropuerto de la ciudad de Ahmedabad en la India, informó el portal de noticias ‘ABP’. De acuerdo con autoridades locales, unos 242 pasajeros estaban a bordo. Según reportes, más de 100 personas se fallecieron.
El Boeing 787 Dreamliner siniestrado llevaba más de 200 personas a bordo, reportó la cadena NDTV. El avión, que supuestamente pertenece a la compañía Air India, realizaba un vuelo de Ahmedabad a Londres, pero se estrelló durante el despegue, detalló.
Según datos preliminares, al menos 133 personas murieron en el accidente aéreo. Hay sobrevivientes del accidente, informa el canal NDTV, publicando videos de las víctimas llegando al hospital.
Ente las víctimas mortales podrían estar más de 20 estudiantes, ya que la aeronave cayó sobre el techo de una residencia para médicos, precisa la agencia de noticias ANI.
«Se cree que más de 20 estudiantes murieron en un accidente aéreo en Ahmedabad. El avión se estrelló contra el edificio de la residencia de la Facultad de Medicina BJ», escribe la publicación.
Las autoridades de aviación indias confirmaron que 242 personas, entre ellas dos pilotos y 10 miembros de la tripulación, se encontraban a bordo. Los pilotos hicieron una llamada de auxilio al control aéreo, poco después del despegue, indicaron.
«Había un total de 242 personas a bordo del avión, incluidos dos pilotos y 10 miembros de la tripulación. El vuelo estaba comandado por el capitán Sumeet Sabharwal y el primer oficial Clive Kundar. El capitán Sumeet Sabharwal es teniente coronel, con 8.200 horas de vuelo. El copiloto tenía 1.100 horas de vuelo», informaron.
Mientras tanto, la empresa Air India confirmó que la aeronave accidentada le pertenece. A bordo del avión viajaban 169 indios, 53 británicos, siete portugueses y un canadiense, detalló la aerolínea.
La señal del avión estrellado desapareció «menos de un minuto» después del despegue, precisa el portal Flightradar24.
/Sputnik
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