España, Nueva Zelanda y Japón ya han empezado a estudiar los posibles beneficios de tener una semana laboral más corta.
El debate sobre la semana laboral de cuatro días ha vuelto ha reavivarse. El pasado 25 de mayo Portugal dio los primeros pasos para hacer realidad la jornada semanal de 32 horas, tras aprobar una iniciativa que prevé elaborar un programa piloto nacional para implementar nuevos modelos productivos. El objetivo del Ejecutivo portugués es promover «una mejor conciliación entre trabajo y vida personal y familiar».
Si bien la semana de 4 días de trabajo ha ganado popularidad a raíz de la pandemia, no es una idea nueva. En un país como Estados Unidos, distintos políticos han intentado dar ese salto en distintas ocasiones. Richard Nixon fue uno de los primeros en el año 1956 cuando predijo que una semana laboral con un día menos estaba “en un futuro no muy lejano”. Años más tarde, el entonces presidente Jimmy Carter enfocó los beneficios desde el lado ambientalista argumentando que la semana de cuatro días ayudaría a ahorrar energía e instó a distintas empresas a adoptar el sistema.
Los defensores de la semana laboral de cuatro días destacan tres aspectos fundamentales que mejorarían con su implantación: la productividad, el ocio y la conciliación. Las jornadas laborales excesivas y el desempleo estructural terminan resintiendo la salud laboral nacional, explican sus defensores, también hacen hincapié en los beneficios ambientales de organizar un modelo productivo menos consumista y más sostenible.
No todo en la vida puede ser perfecto. Una de las desventajas presentadas en algunos de los países pioneros es que ha sido más difícil para los gerentes programar actividades grupales, además de que resultaba casi imposible comunicar información entre los colegas de un turno y otro.