Es Roque Poblete, oriundo de Iglesia, quien recibió un reconocimiento en el marco de ‘San Juan Premia su Poncho’.
Dejó de lado la timidez y el temor ‘al qué dirán’. Esta vez se animó a participar de un concurso de tejido para demostrar que este arte no sólo es ‘cosa de mujeres’. Es Roque Poblete, de 61 años y oriundo de Iglesia, que fue uno de los dos varones que se animó a participar de la primera edición de ‘San Juan Premia su Poncho’. El hombre recibió una Mención Especial por parte del Gobierno de la provincia.

‘Si soy sincero, puedo tejer lo que me pidan en el telar’, sostuvo Roque Poblete sin poder ocultar la alegría de haber recibido un reconocimiento del Mercado Artesanal de San Juan por el poncho que tejió en el telar. Y dejando atrás, el perfil bajo. Es que por fin se animó a mostrar su arte. ‘Siempre dicen que el tejido es cosa de mujeres. Quise demostrar que no es así, que los hombres también podemos tejer al telar y con muy buena calidad. Yo me remito a los resultados obtenidos para afirmar esto’, dijo Roque.
Este vecino de Iglesia, nacido en la localidad de Malimán, dijo que varias de las prendas que tejió llegaron a otros países de América y hasta de Europa. ‘Varias personas que tienen familiares en Estados Unidos, en España y en Italia, me compran ponchos, ruanas y mantas para llevarles cuando van a visitarlos. La gente ya sabe dónde encontrarme y mi forma de trabajar, siguiendo el legado de mi familia y de mi esposa’, dijo el hombre.

Roque creció en Malimán, viendo a su abuela y a su madre tejer, como lo hacía la mayoría de las mujeres en ese entonces. Luego de casarse, le tocó seguir de cerca esta actividad de mano de su esposa. Pero, luego tuvo que asumir la continuidad del oficio. ‘Mi señora empezó a sufrir de trombosis y ya no podía pasar mucho tiempo parada, así que dejó de tejer al telar. Pero, seguí yo que ya sabía todos los secretos hasta cómo preparar la jarilla o la cáscara de la cebolla para teñir la lana en diferentes tonos’, contó el tejedor.
El hombre también agregó que con su esposa quisieron compartir con las generaciones más jóvenes esta tarea artesanal para que no se pierda, aunque no tuvieron la respuesta esperada. ‘Invitamos a los alumnos de diferentes escuelas a nuestra casa para enseñarles a tejer al telar, pero tuvimos muy poco éxito. Los chicos que vinieron luego no volvieron porque dijeron que el olor de la lana de oveja es muy fuerte y desagradable. Nos no dieron tiempo ni de explicarles que al poco tiempo lo pierde’, se lamentó Roque.
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