Mientras desde el sector, Estado e instituciones científicas discuten cómo superar la falta de demanda, los costos de hacerlo son altos.
El sector vitivinícola se enfrenta a una crisis que lleva décadas: la caída en la demanda. Ya no hay expectativas de que el consumo de vino se eleve y por lo tanto están analizando alternativas para poder afrontar la nueva realidad. Entre esas está la posibilidad de reconvertir una gran cantidad de hectáreas para reducir al menos un 30% la cantidad de vinos comunes que se producen, ya que esta es la franja que más cayó en ventas. Pero para que un productor pueda encarar este cambio es necesario invertir alrededor de 30.000 dólares por hectárea.
Este valor es estimado, ya que depende de cuánto cuesta hacer el cambio en cada momento. Pablo Martín, presidente de la Mesa Vitícola, estimó que eliminar vides que ya no son rentables de una hectárea cuesta alrededor de 5.000 dólares. A su vez, implantar una nueva variedad que se pueda usar para mosto o pasas, que sí tienen crecimiento en la demanda va de los 15.000 a 20.000 dólares, a lo que se sumarían otros 5.000 para dotar el área de riego por goteo para que sea más rentable y eficiente.
Para enfrentar un cambio así es que los productores aseguran que es necesario “contar con créditos blandos, con un periodo de gracia de cuatro a cinco años y tasas por debajo del valor de mercado”. El tiempo hasta empezar a pagar los costos financieros es para que el parral empiece a producir, ya que las plantas no dan producción en los primeros años. Además, debido a que se trata de variedades que ya se encuentran trabajando con altos costos y bajas ganancias, necesitan de las facilidades porque ya no tienen espalda financiera para afrontar un gasto de este tipo.
Martín explicó que un programa de reconversión vitivinícola a variedades que sí tienen potencial económico requiere de que “San Juan y Mendoza lo hagan a la vez”. Es que los productores locales representan un 25% del cultivo total del país, mientras que el grueso de la producción de vinos viene de la provincia vecina.
Por eso, explicó, sería necesario que se avance “retirando del mercado unos 500 millones de kilos de uva, lo que implicaría cerca de 20.000 hectáreas, según las variedades”. Esto representa un 14% de la superficie productiva entre las dos provincias, que según un relevamiento del INV era de 140.665 hectáreas en total. Aun así, explicó Martín, se trata de una aproximación, ya que depende también de las variedades que haya en cada una de las zonas productivas y los kilos que genera cada productor.
En cuanto a qué tipo de uva deberían cambiar, son las que se destinan a vinos comunes y blancos, pero que no tienen el rendimiento como para ser destinadas a mosto, un sector que se quiere potenciar porque hay mercado internacional. Para lograr una reconversión eficaz es necesario que se haga un análisis con datos más certeros de la producción actual, ya que “los números del INV son los que informan los dueños de las fincas, pero puede haber diferencias”.
Todo esto plantea complejidades a la hora de avanzar con una reconversión vitivinícola en las dos principales provincias del sector. Y a esto se le suma que, según Martín, un plan efectivo “debe asegurarse de que los créditos vayan a fincas que están produciendo”. Un riesgo, dijo, es que se utilicen herramientas financieras para retirar viñedos abandonados que ya no están incorporando kilos de uva al mercado. Esto, dijo, no generaría el beneficio que están buscando: reducir la oferta para que el precio de los productores se fortalezca y la producción vitivinícola vuelva a ser rentable.
Los números que reflejan la crisis del sector vitícola, pero en especial la vitivinicultura dejan claro que es un problema que viene de hace al menos cinco décadas. La caída del consumo interno, que sigue siendo el objetivo principal de la producción de San Juan, se puede ver en el consumo per cápita. El máximo histórico fue de 91,8 litros por persona al año, pero en 2024 fue de 16,3 litros. Este número no está aislado, en la última década el mayor repunte fue el de 2020, con 20,8 litros, pero sigue siendo más bajo que la marca de 2010, que alcanzó los 24,9 litros.
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