Este martes, el mundo del arte de nuestro país se vistió de luto: murió el gran escultor argentino Norberto Gómez. Hoy se nos fue un gran creador. Poquísimos, poquísimos como él: por su autenticidad; por su originalidad como artista; por su tremenda, tremenda sinceridad y sobre todo por su valentía.
Hijo de una familia de inmigrantes españoles, nació en Buenos Aires en 1941. A los 13 años, pasó por la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano y por un taller cooperativo de Parque Lezama, orientado por Juan Carlos Castagnino. En 1965 viajó a Europa para trabajar en París con Julio Le Parc, como asistente en el envío a la Bienal de Venecia, participando del GRAV.
En ese mismo viaje asistió a Antonio Berni en la tirada de sus grabados dedicados a Ramona Montiel. En los ’60 trabajó en escultras geométricas, en un vínculo con su experiencia con el arte óptico y cinético, como también en el minimalismo. “No soy de los 70 ni de los 80, ni nada de eso. No creo en esas categorías. Pasaron todas esas décadas, y yo estuve viviendo y trabajando acá, en Buenos Aires, nada más.”, decía, En ese sentido, evitaba las categorzaciones sobre su obra.
El arte para denunciar una época oscura.
Cuando el país empezaba a salir de su época más oscura y se abría paso a la democracia expuso en su obra los horrores que no debíamos olvidar, con sus parrillas. Como escribió Miguel Briante, Gómez “moldeó en resina entrañas humanas que podían estar asándose en una mesa de living, que era una parrilla”. Toda una serie de piezas remiten de manera directa al cuerpo y las tripas bajo tortura y Gómez las expuso en 1978, en la galería Arte Nuevo.

De los cuerpos, huesos y vísceras que el artista había realizado durante la dictadura, pasó en los ochenta, apenas recuperada la democracia, a construir una larga serie de armas: mazas, látigos, grilletes, espadas, cadenas, punzones. Con estas armas invirtió el punto de vista. Si hasta ese momento el artista había remitido con su obra al padecimiento de las víctimas de la violencia, la serie de las armas era un modo de pensar la violencia desde el punto de vista de los victimarios. Una paradoja que exhibía la violencia de un modo quizás más descarnado e inquietante.
Obras patinadas, como si fueran pesadas piezas de metal, son de cartón, de cartón pintado. Reales hasta el barroquismo en los detalles, y al mismo tiempo falsas por ese mismo, artificioso, barroquismo. Un museo del verdugo, tan atroz como ficcional.

En 1991, el escultor ganó la Beca Guggenheim y el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires organizó una exposición retrospectiva. A fines de los años noventa, la Comisión Pro Monumento de las Víctimas del Terrorismo de Estado le encargó a Norberto Gómez una de sus “armas” en versión monumental, que hoy está emplazada en el Parque de la Memoria.
En ese sentido, realizó las Torres de la Memoria, su homenaje a las víctimas del terrorismo de Estado.

Tuvo exhibiciones en galerías y museos del país y en EE.UU. También obtuvo el Premio Konex a las Artes Visuales (2002), el Premio Leonardo a la trayectoria del Museo Nacional de Bellas Artes (2003), el Jorge Romero Brest a la trayectoria artística otorgado por la Asociación Argentina de Críticos de Arte (2009), el Premio Rosario 2009 y el Premio Konex de Platino – Escultura y Objeto (2012).
En 2016 el Museo Nacional de Bellas Artes dedicó una gran exposición a Norberto Gómez, en la que el escultor mostró obras de los años sesenta reconstruidas, junto con otra larga serie de piezas completamente nuevas, que había realizado entre 2013 y 2016.
Gómez tenía una impresionante lucidez y su forma de ver el mundo y el arte siempre fue ferozmente veraz, ácido y descarnado.
